MIRA AL HORIZONTE

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miércoles, 16 de agosto de 2017

CAPITULO 7: ÑITO TEJÍA



Algunas motas de polvo se reflejaban en el aire silencioso y jugueteaban con el oxigeno en una danza oscilante similar a un ballet clásico; lentamente se movían y bailaban como si fueran pequeñas hadas, muy livianas, enviadas desde el sol. Los rayos, que entraban a través del escaparate, brillaban en el suelo creando una elegante combustión que mezclaba los tonos verdes de las hojas con los dorados de la luz. El olor a fresco de las flores flotaba en el ambiente como una suave caricia. La calma lo envolvía todo como una membrana invisible. 

Ñito tejía pensativo; con las manos endurecidas y manchadas por el barro, entrelazaba las cuerdas entre las flores y levantaba la vista -así permanecía unos dos o tres segundos teniendo la impresión de que eran plantas las que le miraban a él-; luego, alcanzaba otra nueva flor, cruzaba dos hojas robustas y verdes entre si, e insertaba una rosa con tonos suaves. Poco a poco, iba llenando el alambre circular de la corona; dos lirios de color blanco, algunos lisantros, claveles de distintos colores, la corona finalmente va adquiriendo un tono ceremonioso, un poco ocre y vagamente cremoso... 
Levanta la vista y teje, el sol le atrapa en su pequeño mundo verde y brillante.

¡Se que estáis ahí...se que me estáis mirando!¿Creéis que no me doy cuenta?...¡De que os reís!¡Por que os burláis de mi!; la imaginación en compañía de la soledad y ese sol difuminado que todo lo envuelve con su velo impreciso. Las plantas, las más grandes o las pequeñas, las que respiran fuerte agotando el aire o las que apenas son perceptibles para el resto, las que tienen colores como los rosales o las que solo son verdes, todas ellas tienen oquedades, escondrijos y sombras. Desde allí, desde donde me miran, ellas también me ven a mi.

Nito tejía y levantaba la vista, tejía con monotonía, también con algo de hastío...

¡Las coronas de los muertos, los aderezos, un poco chillones y tristes, los colores pastel, la última despedida de este mundo!¡Os echaremos de menos.!...¡Os recordaremos!.Si, seguro que si. Nunca os olvidaremos gracias a la corona tejida con esmero y con mucho cariño por mi, Ñito ¡No hace falta que os riáis de mi!¡No hace falta que me miréis tanto!..¡No hace falta que me deis las gracias!.

Las plantas suspiran, se debaten junto al aire y gimen. Se agrandan y se empequeñecen. En ocasiones explosionan y brillan, otras veces se agazapan y comprimen en un hilo escaso de vida.

Ñito levanta la vista y deja de tejer, permanece unos instantes absorto con la mirada perdida en la inmensidad del firmamento de su tienda. Algo invisible se mueve entre las plantas. No sabe lo que es, no le da miedo.

Se escucha a veces, tiene que ser algo muy rápido y escurridizo, ratones o algún tipo de bicho. No lo se, quizás algo peor... Un ruido sordo, un chapoteo entre las hojas muertas del suelo, unos pasos eléctricos muy ligeros y algo que se arrastra entre los tallos más cercanos al suelo removiendo como un torbellino la hojarasca. De pronto, fin. Ya no se escucha nada. El pavimento se queda quieto y el aire gana en densidad como si una corriente de energía lo hubiera azotado desde una tormenta. Con suerte, si estoy muy alerta y concentrado, percibo un movimiento con el rabillo del ojo y creo ver algo, pero...no se lo que es, es imposible distinguirlo. Me acerco a las plantas, miro entre ellas, las aparto cuidadosamente con mis manos, inspecciono cada rincón, pero nada. Lo que sea, viene, patalea entre las hojas y se va.

Ñito sigue tejiendo, levanta la vista.. y suena el teléfono;

Flores Ñito, buenos días, le atiende Ñito Peris, en que puedo ayudarle..
¡Hola Chaval!, soy Mario, ¿que tal?.
¡Ehh Mario, que te cuentas!
¡Te voy a salvar el mes chaval...¿A que no sabes de donde acabo de salir?.Ahora mismo vengo de hablar con los de Montaner, y tengo dos muertos para ti. Dos coronas, de las grandes, tío, y tienen que estar para mañana por la tarde, ya sabes. Ahh, y son de la misma familia, más fácil de facturar.
Joder, Mario...otras dos coronas. Pero si tengo que entregar dos esta tarde. ¡No se si me va a dar tiempo!
Es lo que hay, chaval.¡claro que te da tiempo!
Y que ha sido, ¿un accidente o algo así?
Si, los que ayer se mataron en la A3...¡Ya ves, chaval!
Joder, pues no lo sabía...vaya mierda.
Padre e hijo, tío. Venían de Requena, de visitar a un familiar. Se salieron de la carretera y se la pegaron, no había ni marcas de neumáticos ni nada, seguramente el conductor se quedó dormido..

Ñito colgó el teléfono;clic...clic. -¡Adios, Mario!- y gracias.


Muy suavemente, Ñito deposito el aparato inalámbrico sobre su base, luego, permaneció largo rato con la mano puesta sobre él.. “¡Dos muertos para ti, Ñito. No hubo frenazo...dos coronas, de las grandes!”. Finalmente, separó la mano del teléfono como si le quemara y anotó en su libreta las características del encargo;padre e hijo, venían de Requena, volvían a su casa, estaba anocheciendo¡Si, ya vamos!, ¡ir con cuidado chicos!..¿que queréis de cena?”. El conductor se durmió. Dos coronas de las grandes para mañana por la tarde. Encargo especial para Ñito Peris.

El aire de la tienda devino enrarecido y sucio, contaminado por una carga de iones maléfica que Ñito era incapaz de identificar. El silencio, ahora, sonaba como una melodía triste de notas mortecinas. Ñito se dejó caer sobre el mostrador apoyando su espalda en la repisa. Esta vez, prefería no sentarse, desde las silla de hierro vestida de musgo las plantas le miraban desde un plano superior. De pie, el control era suyo. Por fin, puso la vista en el enorme cactus que presidia la parte central de la tienda y se dirigió a él levantando bastante la voz, lo hizo con un tono acentuado de disgusto, como si el pobre cactus fuera el culpable de todo.

¡Así que me vas a salvar el mes, ehh Mario!¡Salvado por la muerte!¡Unos se mueren para que otros vivan, como si fuera un trasplante , eh Mario!.

El cactus le miró de un modo neutro, su furiosa figura emergía de una enorme maceta de color marrón claro y engordaba de abajo a arriba para bifurcarse en dos robustos brazos que dejaban en medio una especie de cabecita minúscula. Era feo, inquietante y agresivo. No había manera de venderlo.

-¡Te voy a regalar a Mario! - le dijo mientras lo señalaba con un dedo- ¡Os vais a gustar, ya veras!. Mario y tú, el cactus y Mario.

Una vez, Ñito vio a Mario justo al lado del cactus y le asombró su parecido.¡Un cactus no puede gesticular, o si!. Al lado de Mario le dio la impresión de que ambos eran como hermanos, primos, o colegas de correrías nocturnas y juergas inacabables. Mario se ajustaba continuamente con los brazos la pernera de la americana y decía carcajeando a voz en grito; ¡yeeee, lo que yo te diga! ¡Chiiisss, que te lo digo yooo!, abría los brazos, daba pequeños saltitos, se movía en círculos como si fuera un perrillo contento, te ponía una mano en el hombro, reía socarronamente y te apretaba fuerte con los dedos; ¡Que si chavaaaal!¡Que cabrooooon!. Mario y el cactus formaban una pareja perfecta; baja estatura, brazos abiertos, pizca de chulería, Mario decía; ¡Chavaaal que yo se tratar con esta gente, déjalo en mis manos! y el cactus con sus brazos eternamente alzados aseveraba grotescamente con su cabecita repleta de pinchos. Mario y el cactus estaban siempre de acuerdo, en la misma honda, completamente sintonizados. Deseaban abrazarse y se miraban de reojo mostrando complicidad. Mario se reía y el cactus le acompañaba dibujando una sonrisa imposible con esa boca indefinida formada por púas; choque de mano contra el hombro, carcajada, gesto adusto improvisado, abrazo sonoro y...¡Yeeee cuidado!. Mario y el cactus bailaban la misma danza alegre y pretenciosa.

Lentamente, la llamada de Mario se fue perdiendo en el limbo de los sonidos que quedan al otro lado del teléfono y la mañana fue desmenuzando uno a uno todos los minutos que quedaban hasta la llegada del mediodía. Ñito tejía y levantaba la vista. Dos coronas para mañana por la tarde. ¡Dos más...Y en total, ya son cuatro!, su mirada, un poco compasiva, se nubló atraída por el aceitunado color verde de la poca agraciada figura del cactus, el sol, en el cenit del cielo, iluminaba ya toda la tienda, que ahora parecía un jardín botánico del que Ñito era una especie de guardián misterioso. Pero Ñito, solo tejía y esporádicamente, escribía frases sueltas en su libreta. De pronto, se entristeció; vio ramos de flores en una cuneta y otros más junto a una farola y algunos más desperdigados en mitad de una carretera antes de llegar a un cruce. Ñito odiaba conducir, trataba de evitarlo a toda costa, para él, dentro de cada coche, había una sombra que acechaba junto a la implícita presencia de la incertidumbre y de la desgracia. Era un pensamiento pesimista, pero formaba parte de su ADN, igual que el color de sus ojos o la forma caprichosa de su nariz.

¡Dos muertos!- se lamentó mientras ataba un nudo algo difícil en uno de los extremos de la corona; padre e hijo, mamá se quedó preparando la cena. La cena se quedo fría. Dos coronas de las grandes, chico. Encargo de la funeraria Montaner. Tienes 24 horas.

Ñito paso el resto de la mañana ensartando flores entre los finos cordones y a su vez cruzándolos en el alambre circular para así crear una elegante corona llena de apesadumbrados colores.








Continuara...







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