MIRA AL HORIZONTE

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lunes, 31 de julio de 2017

CAPITULO 6: UN PASEO POR EL RÍO SIN AGUA


Y un escalón y otro...se escucha el alegrezap,zap,zapde mis zapatillas al bajar; y en el ultimo escalón, no calculo bien la distancia y casi me caigo al suelo; la mano fuerte de Luis atrapa mi hombro, un leve soplido del viento roza mi piel, un reflejo brilla en los cabellos negros y ensortijados de Luis...

-¡Ten cuidado Eva, estos escalones engañan...No te vayas a caer!
-¡Para que estás tú, un hombretón tan fuerte y fornido! -bromeé yo con ánimo risueño...

Y otro reflejo del sol, muy blanco, esta vez sobre el agua en calma de la fuente del Palau.

Escuchamos algunas voces chillonas y unos golpes. Eran como trompicones destartalados seguidos de gritos de euforia. Allí, en la explanada de la fuente y ayudados por unas rudimentarias rampas de madera, un grupo de jóvenes, que no tendrían mas de 18 años, practicaban con habilidad el snowboard urbano; cogían carrerilla y de canto, se abalanzaban contra la rampa; en ocasiones, patín, rampa y patinador terminaban desparramados por el suelo y todo el conjunto, junto a los ruidos, creaba un eco sordo que resonaba de acá para allá por todo el río. Luis y yo pasamos cerca de ellos, mirándolos con curiosidad y mientras nos alejábamos, a nuestras espaldas, los golpeteos se trasformaron en una suerte de melodía reconocible y familiar.

Caminamos juntos en dirección al mar, como si quisiéramos desembocar en él. La tarde, mientras tanto, se hacia por momentos más y más pequeña. 

Algunos pájaros chillones parecían despertar de la siesta; estorninos, o gaviotas perdidas, o a lo mejor palomas, ¡quien sabe!; cantaban y chillaban uniéndose al eco lejano de los monopatines de la fuente. A la izquierda del camino, unos pinos muy juntos formaban un bosque enmarañado, se arremolinaban los unos contra los otros besándose por la parte alta de las copas; gracias a ellos, el suelo estaba cubierto por una hermosa alfombra de pinocha, capa marrón de pequeñas ramitas muy uniforme y espinosa. Entre los frondosos pinos había zonas de sombras, y otras zonas de brillos, detrás de las altas copas se atisbaba el sol, repartiendo sus rayos de acá para allá...

Vimos de frente a una pareja de corredores, jadeaban y sonreían, estaban muy sudados, sentí su olor rancio mezclado con la brisa fresca del camino. 

Luis deslizó su brazo por mi cuello, no lo noté en mi piel, si no en el corazón, como si una cadena formada por flores lo estrechara con un suave nudo. Él no dijo nada, yo tampoco, solo fluimos dulcemente como si sustituyéramos a la inexistente agua del río Turia. Es curioso, tanto los corredores, como los paseantes y los pinos, así como el esbozo del sol manso del invierno, todos, en su fuero interno, añoran el agua que hace años inundaba cada esquina del río, ahora tan seco, tan especial, tan humano y tan extraño...

Luis estaba silencioso, apretada junto a él, podía escuchar su acompasada respiración y esos latidos fuertes dentro de su pecho. Miré al suelo, nuestros pies se arrastraban por el camino llevando junto a ellos pequeñas piedrecitas y restos de tierra, de pronto, súbitamente, se encontraban y se cruzaban, en una especie de juego infantil y travieso. Algunos de los árboles, podados por la parte de arriba de sus copas, arañaban el cielo con sus ramas puntiagudas y desnudas. El cielo, cada vez más bajo, mutaba de un azul puro e intenso a otro más terso y marengo, claro anuncio de la inminente llegada del crepúsculo invernal.

-Nos sentamos ahí, Eva, en ese trocito de césped -sugirió Luis, señalando un apartado del camino justo antes de llegar a uno de los puentes, y que parecía un pequeño jardín con un seto alargado en uno de sus extremos. Su voz sonó lenta como un susurro perezoso.
-Bien...si quieres -murmuré yo, imitando su tono, que en mi voz sonó como un leve suspiro.

La superficie del suelo era irregular pero agradable. Allí abajo, no llegaba la brisa, pero se la intuía acariciando las ramas más altas de los arboles que se movían de un lado a otro sin hacer apenas ruido. Sentados parecíamos más pequeños, nos amparaba la robusta pared del puente, y el fresco césped repleto de finas gotitas de humedad que traspiraban con la intención de volver raudas al cielo; a nuestras espaldas, había un enorme seto de plantas indefinibles y en una de las paredes del puente, una enredadera fuerte que ascendía resplandeciente deshilachando sus ramas en infinitos caminos por toda la pared.

-¿Que miras Luis? -dije yo, apoyada sobre él y medio tumbada. Luis estaba tan absorto mirando al cielo que parecía presa de una especie de trance
-¡Mira ahí! -replico él, y señaló a uno de los extremos del puente-; la ves Eva, no te parece preciosa..

Su dedo señalaba a una enorme estatua de piedra, muy grande y que por su aspecto, debía pesar una barbaridad. En realidad, había cuatro estatuas idénticas, una en cada extremo del puente, pero Luis señalaba solo una, la más cercana. Asemejaba un tigre crispado en el momento que antecede al ataque, con cuerpo de hombre y unas alas como de ángel, recias y pesadas, sus fauces abiertas mostraban unos colmillos afilados y puntiagudos, que aún resultando amenazantes, eran tan bellos como la propia esencia de los animales salvajes. Aquella figura tenía la cabeza muy fina, esbelta y atractiva, y toda ella se recortaba sobre el horizonte en calma de la ciudad, linea lejana del cielo que ya empezaba a enrojecer suavemente; era como si un animal mítico dibujara su negra silueta sobre el azul difuminado del cielo que ya se mezclaba con el ardiente sol crepuscular del invierno. Toda la figura estaba en tensión; los brazos, apostados sobre un ancho pedestal de piedra, las piernas, cortas y robustas, y las alas, férreas y poderosas, a punto de alzar el vuelo para iniciar una especie de cacería onírica y suburbana.

-¿Es ahí, donde dices, a esa estatua tan grande?; es como una pantera o un dragón con cuerpo de hombre, ¿no Luis? -dije yo.
-Es una gárgola Eva -aseguró él mostrando una sonrisa tan verde que por alguna razón se coló como una chispa de luz dentro de mi alma.

( Y junto a su sonrisa, deposite la flor, que echó raíces en mis recuerdos)

-Ah, una gárgola, como las que hay en las catedrales o en los monumentos, y que sirven como desagüe o como ornamento...¿no Luis? -pregunté yo, haciendo un escorzo leve con mi cuerpo y juntando mi cara contra su pecho.
-Si...pero en realidad una gárgola es mucho más que eso, Eva -replicó él, que no dejaba de mirar, ni por un instante, a la enorme figura que coronaba el puente; y con una expresión algo errática pero de mucho entusiasmo añadió; Eva, este es el Puente del Reino, pero todos lo llaman el Puente de las Gárgolas, es como si las cuatro figuras se hubieran apropiado de él y de su nombre...rebautizándolo a su antojo, y nosotros, los pobres humanos, hubiéramos asumido la nueva denominación sin rechistar, sin darnos cuenta y como algo natural...

Luis calló por un momento, su mirada se quedó extraviada en aquella figura, ahora opaca, que parecía tomar vida al contraluz del tenue sol de la ciudad, y así permaneció un buen rato, en silencio, muy relajado, para después añadir muy misterioso; -El Puente de las Gárgolas, Eva...un lugar terrible y fantástico, imaginalo en plena noche, con las figuras envueltas por la mas absoluta oscuridad..

-Si, me lo imagino, dije yo...y me reí; yo solo le seguía la corriente, como quien sigue a un gato por pura curiosidad, pero también me quedé muy relajada y así, tan cómoda, me puse a soñar, tumbada sobre el verde césped, ligeramente recostada sobre el torso de Luis y con su brazo, muy tierno, cruzando todo mi cuerpo...








Continuará...

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