Algunas motas de polvo se reflejaban en el aire silencioso y jugueteaban con el oxigeno en una danza oscilante similar a un ballet clásico; lentamente se movían y bailaban como si fueran pequeñas hadas, muy livianas, enviadas desde el sol. Los rayos, que entraban a través del escaparate, brillaban en el suelo creando una elegante combustión que mezclaba los tonos verdes de las hojas con los dorados de la luz. El olor a fresco de las flores flotaba en el ambiente como una suave caricia. La calma lo envolvía todo como una membrana invisible.
Ñito
tejía pensativo; con las manos
endurecidas y manchadas por el barro,
entrelazaba las cuerdas
entre
las
flores
y
levantaba la
vista
-así permanecía unos dos o tres segundos teniendo la impresión de que eran plantas las que le miraban a él-; luego, alcanzaba
otra
nueva
flor,
cruzaba
dos
hojas robustas y verdes
entre si, e
insertaba
una
rosa
con
tonos
suaves. Poco
a
poco, iba llenando
el
alambre
circular de la corona;
dos
lirios
de
color
blanco,
algunos
lisantros, claveles de
distintos colores, la
corona
finalmente va adquiriendo un tono
ceremonioso, un poco
ocre
y vagamente
cremoso...
Levanta la vista y teje, el sol le atrapa en su pequeño mundo verde y brillante.
Levanta la vista y teje, el sol le atrapa en su pequeño mundo verde y brillante.
¡Se
que
estáis
ahí...se
que
me
estáis
mirando!¿Creéis
que
no
me
doy
cuenta?...¡De
que
os
reís!¡Por
que
os
burláis
de
mi!; la imaginación en compañía de la soledad y ese sol
difuminado que todo lo envuelve con su velo impreciso. Las plantas,
las más grandes o las pequeñas, las que respiran fuerte agotando el
aire o las que apenas son perceptibles para el resto, las que tienen
colores como los rosales o las que solo son verdes, todas ellas
tienen oquedades, escondrijos y sombras. Desde allí, desde donde me miran, ellas también me ven a mi.
Nito
tejía y
levantaba
la
vista,
tejía con
monotonía,
también con algo de hastío...
¡Las
coronas
de los muertos,
los
aderezos,
un
poco
chillones
y
tristes,
los
colores
pastel,
la última
despedida
de
este
mundo!¡Os
echaremos
de
menos.!...¡Os
recordaremos!.Si,
seguro
que
si. Nunca os olvidaremos
gracias
a
la
corona
tejida
con
esmero
y
con mucho
cariño
por
mi,
Ñito
¡No
hace
falta
que
os
riáis
de
mi!¡No
hace
falta
que
me
miréis
tanto!..¡No
hace
falta
que
me
deis
las
gracias!.
Las plantas suspiran, se debaten junto al aire y gimen. Se agrandan y se empequeñecen. En ocasiones explosionan y brillan, otras veces se agazapan y comprimen en un hilo escaso de vida.
Las plantas suspiran, se debaten junto al aire y gimen. Se agrandan y se empequeñecen. En ocasiones explosionan y brillan, otras veces se agazapan y comprimen en un hilo escaso de vida.
Ñito
levanta
la
vista
y
deja
de
tejer,
permanece
unos
instantes
absorto
con
la
mirada
perdida
en
la
inmensidad
del
firmamento
de
su
tienda.
Algo
invisible
se
mueve
entre
las
plantas.
No
sabe
lo
que
es,
no
le
da
miedo.
Se
escucha a veces,
tiene
que
ser
algo
muy
rápido
y
escurridizo, ratones
o
algún
tipo
de
bicho.
No
lo
se,
quizás
algo
peor...
Un
ruido
sordo,
un
chapoteo
entre
las
hojas
muertas
del
suelo,
unos
pasos
eléctricos
muy
ligeros
y
algo
que
se
arrastra
entre
los
tallos
más
cercanos
al
suelo
removiendo
como
un
torbellino
la
hojarasca.
De
pronto,
fin.
Ya
no
se
escucha
nada.
El
pavimento se
queda
quieto
y
el
aire
gana
en
densidad
como
si
una
corriente
de
energía
lo
hubiera
azotado
desde
una
tormenta.
Con
suerte,
si
estoy
muy
alerta
y
concentrado,
percibo
un movimiento
con el rabillo del ojo y
creo
ver
algo,
pero...no
se
lo
que
es,
es
imposible
distinguirlo.
Me
acerco
a
las
plantas,
miro
entre
ellas,
las
aparto
cuidadosamente
con
mis
manos,
inspecciono
cada
rincón,
pero
nada.
Lo
que
sea,
viene,
patalea
entre
las
hojas
y
se
va.
Ñito
sigue
tejiendo,
levanta
la
vista..
y
suena
el
teléfono;
Flores
Ñito,
buenos
días,
le
atiende
Ñito
Peris,
en
que
puedo ayudarle..
¡Hola Chaval!, soy Mario, ¿que tal?.
¡Hola Chaval!, soy Mario, ¿que tal?.
¡Ehh
Mario,
que
te
cuentas!
¡Te
voy
a
salvar
el
mes
chaval...¿A
que
no
sabes
de
donde
acabo
de
salir?.Ahora
mismo
vengo
de
hablar
con
los
de
Montaner,
y
tengo
dos
muertos
para
ti.
Dos
coronas,
de
las
grandes, tío, y
tienen
que
estar para
mañana
por
la
tarde,
ya
sabes.
Ahh,
y
son
de
la
misma
familia,
más
fácil
de
facturar.
Joder,
Mario...otras
dos
coronas.
Pero
si
tengo
que
entregar
dos
esta
tarde.
¡No
se
si
me va a
dar
tiempo!
Es
lo
que
hay,
chaval.¡claro
que
te
da
tiempo!
Y
que
ha
sido,
¿un
accidente
o
algo
así?
Si,
los
que
ayer
se
mataron
en
la
A3...¡Ya
ves,
chaval!
Joder,
pues
no
lo
sabía...vaya
mierda.
Padre
e
hijo,
tío.
Venían
de
Requena,
de
visitar
a
un
familiar.
Se
salieron
de
la
carretera
y
se
la
pegaron,
no
había
ni
marcas
de
neumáticos
ni
nada,
seguramente
el
conductor
se
quedó dormido..
Ñito
colgó
el
teléfono;
“clic...clic”.
-¡Adios,
Mario!-
y
gracias.
Muy
suavemente, Ñito deposito
el
aparato
inalámbrico sobre
su
base,
luego, permaneció
largo
rato
con
la
mano
puesta
sobre
él.. “¡Dos
muertos
para
ti,
Ñito.
No
hubo
frenazo...dos
coronas,
de
las
grandes!”.
Finalmente, separó
la mano
del
teléfono
como
si
le
quemara
y
anotó
en
su
libreta
las
características
del
encargo;
“padre
e
hijo,
venían
de
Requena,
volvían
a
su
casa,
estaba
anocheciendo”
¡Si, ya
vamos!,
¡ir
con
cuidado
chicos!..¿que
queréis
de
cena?”. El
conductor
se
durmió.
Dos
coronas
de
las
grandes
para
mañana
por
la
tarde.
Encargo
especial
para
Ñito
Peris.
El
aire
de
la
tienda
devino enrarecido
y
sucio,
contaminado
por
una
carga
de
iones
maléfica
que
Ñito
era
incapaz
de
identificar.
El
silencio,
ahora,
sonaba como una melodía
triste de notas mortecinas. Ñito
se
dejó caer sobre
el
mostrador
apoyando
su
espalda
en
la
repisa.
Esta
vez,
prefería
no
sentarse,
desde
las
silla
de
hierro
vestida
de
musgo las
plantas
le
miraban
desde
un
plano
superior.
De
pie,
el
control
era
suyo.
Por
fin,
puso
la
vista
en
el
enorme
cactus
que
presidia
la
parte
central
de
la
tienda
y
se
dirigió
a
él levantando bastante
la voz, lo hizo con un
tono acentuado de disgusto, como si el pobre cactus fuera el culpable
de todo.
¡Así
que
me vas
a
salvar
el
mes,
ehh
Mario!¡Salvado
por
la
muerte!¡Unos
se
mueren
para
que
otros
vivan,
como
si
fuera
un
trasplante
,
eh
Mario!.
El
cactus
le
miró
de
un
modo
neutro,
su
furiosa
figura
emergía
de
una
enorme
maceta
de
color
marrón
claro
y
engordaba
de
abajo
a
arriba
para
bifurcarse
en
dos
robustos
brazos
que
dejaban
en
medio
una
especie
de
cabecita
minúscula.
Era
feo,
inquietante
y
agresivo.
No
había
manera
de
venderlo.
-¡Te
voy
a
regalar
a
Mario! -
le
dijo
mientras
lo
señalaba
con
un
dedo-
¡Os
vais
a
gustar,
ya
veras!.
Mario
y
tú,
el
cactus
y
Mario.
Una
vez,
Ñito
vio
a
Mario
justo
al
lado
del
cactus
y
le
asombró su
parecido.¡Un
cactus
no
puede
gesticular,
o
si!.
Al
lado
de
Mario
le
dio
la
impresión
de
que
ambos
eran como
hermanos,
primos,
o
colegas
de
correrías
nocturnas
y
juergas
inacabables.
Mario
se
ajustaba
continuamente con los
brazos la pernera de la americana
y
decía
carcajeando
a
voz
en
grito; ¡yeeee,
lo
que
yo
te
diga! ¡Chiiisss,
que
te
lo
digo
yooo!, abría
los
brazos,
daba
pequeños
saltitos,
se
movía
en
círculos
como
si
fuera
un
perrillo contento,
te
ponía
una
mano
en
el
hombro,
reía
socarronamente
y
te
apretaba
fuerte
con
los
dedos; ¡Que
si
chavaaaal!¡Que
cabrooooon!.
Mario
y
el
cactus
formaban
una
pareja
perfecta;
baja
estatura,
brazos
abiertos,
pizca
de
chulería, Mario
decía;
¡Chavaaal
que
yo
se
tratar
con
esta
gente,
déjalo
en
mis
manos! y el
cactus
con
sus
brazos
eternamente
alzados aseveraba
grotescamente
con
su
cabecita
repleta
de
pinchos.
Mario
y
el
cactus
estaban
siempre
de
acuerdo,
en
la
misma
honda,
completamente
sintonizados.
Deseaban
abrazarse
y
se
miraban
de
reojo
mostrando
complicidad. Mario
se
reía
y
el
cactus
le acompañaba dibujando una sonrisa imposible con esa boca indefinida formada por púas; choque
de
mano
contra
el
hombro, carcajada,
gesto
adusto
improvisado, abrazo
sonoro y...¡Yeeee
cuidado!. Mario
y
el
cactus
bailaban
la
misma
danza
alegre
y
pretenciosa.
Lentamente,
la
llamada
de
Mario
se
fue
perdiendo
en
el
limbo
de
los
sonidos
que
quedan
al
otro
lado
del
teléfono
y
la
mañana fue
desmenuzando
uno a uno todos
los
minutos
que
quedaban
hasta
la
llegada
del
mediodía.
Ñito
tejía y
levantaba la
vista. Dos
coronas
para
mañana
por
la
tarde. ¡Dos
más...Y en
total,
ya
son
cuatro!, su
mirada, un poco
compasiva, se
nubló
atraída
por
el
aceitunado
color
verde
de
la
poca
agraciada
figura
del
cactus, el
sol, en el cenit del
cielo, iluminaba
ya
toda
la
tienda,
que
ahora
parecía
un
jardín
botánico
del
que
Ñito
era
una
especie
de
guardián
misterioso.
Pero
Ñito,
solo
tejía
y
esporádicamente,
escribía frases
sueltas
en
su
libreta.
De
pronto,
se
entristeció;
vio
ramos
de
flores
en
una
cuneta
y
otros más
junto
a
una
farola
y
algunos más desperdigados
en mitad
de
una
carretera
antes
de
llegar
a
un
cruce.
Ñito
odiaba
conducir,
trataba
de
evitarlo
a
toda
costa, para él, dentro
de cada coche, había una sombra que acechaba junto a la implícita
presencia de la incertidumbre y de la desgracia. Era un pensamiento
pesimista, pero formaba parte de su ADN, igual que el color de sus
ojos o la forma caprichosa de su nariz.
¡Dos
muertos!-
se
lamentó mientras
ataba
un
nudo
algo
difícil en uno de los
extremos de la corona; padre
e
hijo, mamá se
quedó
preparando
la
cena.
La
cena
se
quedo
fría.
Dos
coronas
de
las
grandes,
chico.
Encargo
de
la
funeraria
Montaner.
Tienes
24
horas.
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