MIRA AL HORIZONTE

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domingo, 31 de mayo de 2015

SEMANA SANTA DE 2015: UN VIAJE EN TREN


Hola!

Una estación es un lugar sin tiempo. Un punto de reflexión..

La estación se estrecha y se agranda, suenan silbidos y voces metálicas, algunos ecos se pierden entre los huecos de las paredes, chirrían sonidos indefinibles que parecen venidos de otro tiempo o de otro lugar...Hay un pasajero fiel en cada estación, que como un visitante secreto, difuminado en la penumbra, se esconde agazapado al trasluz de las ventanas, justo detrás de los bancos de madera que se esparcen por todo el andén; el pasajero fiel no envejece nunca...solo va y viene, a veces más rápido, y otras veces más lento, en algunas ocasiones corre muy deprisa, pero normalmente, solo se desplaza con calma, como si algo invisible lo impulsara con mucha pereza.

Acabamos de llegar a la estación, y aún estoy medio dormido, muy despacio, tomo asiento en uno de los bancos de madera, levanto la vista y atisbo el amanecer que se filtra desde lo alto por una enorme claraboya que apenas se ve, desde allí arriba se proyectan pequeñas fechas de luz que se esparcen como virutas por todo el suelo. No acabo de entender muy bien cuanto tiempo ha pasado, ni en que época estoy, solo se que nos vamos de viaje, un pequeño paréntesis para los tres...en busca nuevos recuerdos.

En la estación siempre hay gente que espera, antes y ahora, parecen los mismos aunque se que no lo son. Algunos fuman y miran al suelo, otros observan y pasean de un lado para otro; al cruzarse los unos con los otros parece que no se ven, sus miradas no alcanzan lo cercano, huyen más rápidas que el propio tren, del que vinieron, o del que pronto partirán. 

Sentado muy cerca de Julia espero nuestra hora, el tren sale a las 8.10, hay tiempo de sobra, estoy relajado, Amparo de pie observa el panel de los horarios, ambas sonríen...perezosa sonrisa de paciente felicidad. Julia chilla y aplaude, de vez en cuando bosteza, pero sobre todo mira...mira y acaricia el tiempo con sus suaves manitas, como solo los niños lo saben hacer. Yo por mi parte, atrapo el momento y lo convierto en recuerdo, para que el tiempo lo guarde...allí donde solo el tiempo lo sabe guardar, en la parte más alta y más bonita de la pared más blanca y luminosa de nuestras vidas.

Hay viajeros que parecen ligeros como el viento, flotan entre las salas de espera y las taquillas y embarcan rápido, siempre en busca de una nueva estación. No se les ve por mucho rato, pasan por tu lado y se van, ¡visto y no visto!. Antes de subir al tren, detecto alguno de ellos, cruzan sus caminos desafiando al pasajero fiel que nunca envejece, y parten raudos como si quisieran escapar de su propio destino...

El tren arranca, da un empujón y se pone en marcha, de pronto la vida comienza a funcionar a toda prisa; al sol ya flota junto a las nubes, un dulce ajetreo maneja las ruedas de la locomotora, valles y montañas esbozan paisajes pequeños que se pierden antes de ser vistos del todo; sentado en el asiento, amarro los sueños vividos y proyecto nuevos caminos por recorrer. Julia se duerme acunada por la emoción, Amparo se duerme también, el tren resopla y acelera, luego da un respingo y toma velocidad, solo entonces, me relajo también, la velocidad es como una suave caricia; afuera, nada permanece quieto ni por un segundo, dentro del tren, el tiempo se vuelve generoso, pasajero fiel que nunca envejece...

De pronto, recostado en mi asiento y con las piernas estiradas, me pongo a correr: piernas fuertes que trazan curvas, campos verdes, largos caminos, horizontes despejados que entonces se nublan, aire eléctrico, lluvia muy fina que deja paso al sol fugaz que rápido se esconde atemorizado por la tormenta...Y en el estrecho pasillo del vagón, justo en medio del tren, los viajeros caminan con lentitud, algunos se saludan y sonríen, otros solo agachan la cabeza y siguen adelante, el tren va disminuyendo su velocidad, ahora el traqueteo es mas perceptible, alguien suspira y se despereza, es como si el tiempo, lentamente, también se desperezara.

Por fin, el tren se para en una estación, y yo me detengo con él, estoy recostado en mi cómodo asiento, en el exterior se siente un poco de frío, pero no demasiado, un cartel oxidado cuelga del techo de la estación, dos arboles solitarios mueven sus ramas ligeras, el cielo se muestra extraño y brumoso; ante mi, el mismo edificio viejo y desvencijado de siempre...De pronto, se escucha un saludo lejano entre pasajeros y alguien que pasa corriendo con mucha prisa; mi frente permanece apoyada en el cristal de la ventana, sopesando su peso con el dulce fluir de los pensamientos... No se cuanto tiempo ha pasado, ni en que época estoy, solo se que seguimos de viaje, en busca de una nueva estación.

Se acerca el final, el tren repiquetea contento, gira y sigue raudo su camino, por fin, enfila el último tramo y aparca en la estación definitiva. Julia, muy emocionada, se empeña en salir del tren caminando ella sola por el estrecho pasillo que separa los asientos y muy contenta, orgullosa de ser tan mayor, sonríe a cada viajero que se fija en ella. Yo, por mi parte, aprovecho cada abrazo para aferrarme a su aroma, y cada nueva caricia, para atrapar su inocente mirada. No puedo imaginar un tesoro mayor.

Mientras, en la estación, entre los ecos y el hollín, entre los silbidos y las voces, se pierde huidizo el pasajero fiel que nunca envejece...




                                                                  Estación


¡Hasta pronto!











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